YELENA YURIKOVA
EL sonido del fuego le hipnotiza, le susurra palabras al oído mientras la carne del asado chisporrotea quejándose del lugar que le ha tocado ocupar y que comienza a estar demasiado pasada. Por un momento la voz de su cabeza, esa que le ha acompañado desde hace un tiempo, se ha convertido en la voz de la llama.
Sabes que quieres ser libre, no quieres esta vida vana y vacía que llevas. Es fácil, es tu decisión. Recupera tu vida - Escucha en su cabeza como un soniquete que no cesa, sus ojos se fijan de nuevo en la manguera del gas, que llega a la bombona a dos metros de distancia, picada en el lugar donde se dobla para unirse a esta. Casi puede escuchar el siseo del combustible escapando.
Se gira un instante y los ve a todos sentados a la mesa, una mesa de listones de madera redonda y blanca que ella misma termino de pintar hace unos días. Proyecto de su marido, ejecución y responsabilidad de ella, como siempre.
Ahí está el, dando cuenta de un chori-pan sin fijarse siquiera en si ella quiere algo. Le quiere y no le aguanta en igual medida, y eso la mata. La vida era perfecta, hasta que llegaron las niñas. La mayor fue búsqueda por ambos, con ganas y sufriendo, tardo un año en cuajar, pero al final lo hizo. Durante cuatro años trajo alegría, y ciertos sacrificios, pero eso era de esperar.
La incierta espera del momento de volver a sus actividades, de volver a tener tiempo para ella, hacían de Yurikova que cada día fuera una hora más largo de lo normal, pero, de repente, ese momento llegó. Cuatro años justos y la niña, dulce y buena como ninguna que haya conocido, comienza a ser auto-suficiente.
Vuelta al senderismo, y la bicicleta, aunque esta vuelta en concreta haya sido efímera por una mala caída que conllevo sacarse el hombro y rotarse la clavícula. Esta circunstancia puntual no habría pasado de puntual si no fuera porque aguanto el dolor un mes antes de ir a médico, lo cual le ha dejado una tendinitis que le impide subir en bici o cualquier actividad que incluya esfuerzo en el brazo izquierdo. De nuevo leer y escribir, cine, y desaparecer con los perros durante horas en el pinar de mari Martin, lugar donde la soledad permitía a su mente volar, dejando salir todos los demonios de su interior y llenarse de nuevas ideas.
Su mundo se llenó de color en la misma medida que el de su marido se volvió más gris, la envidia era evidente en sus palabras y gestos. El antes no tenía senderismo ni bicicleta, por no hacer ni leía, era y es ser un tanto vacío de interés más allá de visitar el puto Ikea. Hasta que un día, de repente, descubrió que su mundo lo llenaría otro bebe, y así lo planteó, pero Yurikova ya había tenido suficiente, le dijo que no mil veces.
Pero no un no por qué no, era un no porque había vivido cuatro años con alguien que cuando se tenía que levantar en mitad de la noche se quejaba para ella también se jodiera, aunque tuviera que levantarse a las cuatro y media para coger un avión. Porque el cansancio parecía exclusivo de él, como si ella no sufriera por no dormir, o porque era responsabilidad compartida el estar veinticuatro horas con la niña sin posibilidad de hacer las cosas que a ella le gustan. Sumado a que toda la responsabilidad de la casa caía sobre ella, toda.
Había abandonado su vida para tener nuestra vida, y eso cuando el yo interior es tan fuerte como el de Yurikova se hace muy difícil. Ella quiere sentirse libre, quiere poder irse a Cercedilla ir andar por la sierra los sábados, quiere volver a jugar al rol con sus amigos y sus dos litros de Coca-Cola por persona y noche, quiere viajar con su equipo de acampada y dormir bajo las estrellas donde les pillen las siete de la tarde.
Meses de llantos y quejas, excusas mil y semanas sin sexo de castigo hicieron que se diera cuenta de lo que le esperaba. No podía separarse, hipoteca y una niña…esta jodida, y tampoco quería vivir así. La decisión se tornó sencilla.
Llego la segunda niña y su sentencia a una vida gris hasta que muera.
La carne sigue chisporroteando, la voz sigue insistiendo machaconamente, ellos ríen mientras ella trabaja para ellos, el gas sigue escapando. Ruido, ruido, mucho ruido.
¡Las niñas tienen hambre! - le dice su marido cuando la ve pasar por delante, en dirección a la casa.
¡Que se muerdan un codo! - responde con rabia sin detenerse, con la imagen del tubo picado siseando en su mente.